sábado, 8 de mayo de 2010

NAVEGO, LUEGO EXISTO

Poco a poco la brisa va haciendo acto de presencia a medida que salgo a mar abierto por el Sur de María Galante, despliego el foque y paro el motor. He puesto un punto en el GPS a dos millas al este de Dominica, a medida que gano sur, la corriente en contra es más intensa, por momentos alcanza los dos nudos, pero con 15 nudos de viento casi de través, el Bahía va rápido.



La recortada orografía a barlovento de Dominica, es más salvaje que en su costa de sotavento, de hecho, aunque se ven pequeños núcleos urbanos, está muy poco poblada, cubierto todo lo que alcanza la vista, por un gran vergel.

Por un momento imagino, que prácticamente estoy viendo lo mismo que Colón hace quinientos años, cuando pasó por estas islas. La imaginación me transporta siglos atrás, cuando la navegación no era otra cosa que la codicia por el oro y la cristianización de salvajes por conseguirlo, ese pensamiento me desagrada y me centro en mi propia vida.

Disfruto de la navegación, ni un solo barco navegando en toda la jornada. El sol aprieta a medio día y como no estoy por la labor de timonear a la solana, conecto el piloto automático, monto una sombrilla y solo me ocupo de que el rumbo sea el correcto.
Rufino, siempre pendiente de lo que hago, también busca los sitios de sombra más frescos, generalmente junto a las mordazas del piano.

Al alejarme de nuevo de la isla, por la parte sur, la corriente se invierte, da gusto ver en el GPS valores cercanos a los ocho nudos e incluso superarlos a veces.
Las millas van cayendo con alegría, la verdad que me siento eufórico, pensaba parar a dormir en San Pierre, al norte de Martinica, pero he decidido continuar hasta Fort de France, aunque llegue entrada la noche, quince millas más, a las ochenta que tenía previsto, no es nada.

A sotavento de Martinica, lo de siempre, mar lisa e inestabilidad del viento, pero no desaparece del todo y como no tengo prisa, continúo a vela, aunque no superemos los tres nudos.
El sol se oculta sin demasiada vistosidad, con él, la brisa desaparece, espero unos minutos, a que vuelva a levantarse un ligero terral, pero como parece no estar por la labor, arrío la mayor, recojo foque y las últimas millas, el Volvo se encarga de empujar al Bahía hasta el fondeadero de Fort de France, donde no hay muchos barcos, con espacio de sobra, para largar el ancla cerca de la muralla.

Hoy ha sido uno de esos días que he disfrutado de la navegación, han sido quince horas de travesía, pero tranquilamente, podía haber seguido toda la noche, si no fuera que en Le Marin, he de hacer unos trabajillos a bordo y esperar a que llegue mi amigo Carlos .

Angel Viana

2 comentarios:

  1. Tu relato, escrito como siempre con muy buena prosa, transmite la libertad del navegante solitario, que con su barco se autoabastece, se adapta a las circunstancias, está capacitado para hacer frente a lo que venga y va adonde quiera, disfrutando de todo eso.
    Un fuerte abrazo para vos y también para Carlos.

    ResponderEliminar
  2. Querido amigo, bueno es verte también por aquí.
    No hace mucho, recordaba a través de las ondas, en La Rueda de los navegantes argentinos, la navegación en el río la Plata, con el Inquieto.
    Un abrazo

    ResponderEliminar