A veces que extrañas sensaciones percibimos al situarnos, con tan solo un año transcurrido, en los mismos lugares que ya se navegaron el verano pasado, cuando las situaciones personales han ido cambiado, el estado de ánimo es otro y ser un año más maduro, se hace sentir en consonancia a un grado más de experiencia.
Escribía hace ya más de un mes (como pasa el tiempo), que me atraía la idea de navegar en solitario por Los Roques, deseaba sentir sensaciones nuevas, enfrentarme a ese micro mundo de arrecifes y arenales, a mi propia sensación de soledad, pero las cosas no siempre salen como uno las piensa y desea, sino conforme a las circunstancias que se desarrollan en tu entorno.
Llegaron mis amigos de Bilbao, era fácil prever que durante su estancia, el buen ambiente, las bromas, las confidencias a la caída de la tarde, esos vínculos de añejas amistades iban a resultar placenteros, no era para menos y así los percibí.
Veinte días de anfitrión en mi particular paraíso, como no me avergüenza en definir a ese peculiar archipiélago, a mitad de camino entre el atolón y el escollo, veinte días que pasaron rápido, tanto a mí como para mis amigos.
Pero por estos pagos el tiempo se mide en otra dimensión, trasladándome sin pensarlo a lo que siempre había soñado, ser dueño de mis propios momentos y por consiguiente de mi propia vida.
Lo primero casi lo he conseguido, pero lo segundo se me atraganta y pudiera parecer un contrasentido, viviendo en lugares paradisiacos como en los que me muevo.
Pero no, yo no lo percibo como tal, yo lo dice el refrán "el hábito no hace al monje" porque la vida de cada uno está rodeada por un sinfín de circunstancias que quisiéramos controlar y a muchos nos cuesta una barbaridad.
Quiero expresar con insolente descaro, que no soy lo feliz que me había propuesto ser, quizás me faltan datos, quizás le falta un punto más de cocción a mi sesera o quizás falta la compañía que desde siempre he añorado.
El caso es que ahí sigo al pie del cañón "sobreviviendo" a la crudeza de las crisis mundiales y personales.
Pues como digo se fueron mis amigos con un baúl de agradables recuerdo y mis añorados días de soledad que estaban por venir, quedaron en eso, añoranza, ya que pocos días después apareció Eduardo, al mando de su Bogavante acompañado de su mujer Jaqueline y unos amigos, que venían de La Blanquilla, navegando en conserva con una pareja de franceses en catamarán
Pronto consolidamos la incipiente amistad originada en Puerto la Cruz y con el correr de los días formaríamos, con Cathy y Philippe, un triunvirato navegando de isla en isla y la pretendida soledad transformada en una bien avenida camaradería, a los que días más tarde se sumarían los hijos de Eduardo.
Pero todo llega y todo pasa, hasta los recuerdos. Atrás quedaron las intenciones de navegar solo, momentáneamente. De vuelta a Puerto la Cruz, una mínima puesta a punto del Bahía y ya estoy trajinando planes para dentro de unos días largarme con viento fresco a la Tortuga y quizás también toque La Blanquilla, poner en marcha mi seminario de soledades y no dejar al pairo el placer por navegar, que de eso es lo que se trata.
ANGEL VIANA